Guerra de topónimos

Es un debate recurrente. A lo largo de las últimas décadas, se ha vuelto cada vez más frecuente utilizar los topónimos (nombres de lugares) en la lengua del lugar que se quiere nombrar. Por ejemplo, ya casi nadie dice Lila, Tolosa y León (de Francia), sino que emplea Lille, Toulouse y Lyon respectivamente.

Cartel de carretera, indicando Burdeos (no Bordeaux), pero sí Toulouse (y no Tolosa de Francia).
Fuente: Navarra.es

Vaya por delante, que la meta principal -por no decir la única- de la lengua, es la de comunicar. De este modo, si nuestro interlocutor no se entera de a qué ciudad nos referimos con Tolosa de Francia, y en cambio sí se entera cuando nos referimos a ella como Toulouse, entonces no queda otra que utilizar este último topónimo francés. Esto, sin embargo, evidencia una pérdida de riqueza en el idioma castellano. No pasa nada, esa pérdida ha ocurrido de manera natural, pues la lengua es un elemento vivo, en continuo cambio (con el que unas veces gana y otras veces pierde).

No es el caso, sin embargo, de otras pérdidas que están produciéndose de forma artificial, por «correctismo político». Y es que la riqueza lingüística de nuestro Estado -esto es, la existencia de más idiomas aparte del castellano- se ha utilizado en las últimas décadas contra nuestro idioma. Así, es habitual leer o escuchar Bizkaia, Ourense, Catalunya… cuando se habla o escribe en lengua castellana. Y peor aún, es frecuente que cuando un castellano esté refiriéndose respectivamente a esos lugares como Vizcaya, Orense, Cataluña… ¡se le corrija! ¿Se imagina el lector a un turista inglés, por la Puerta del Sol, diciendo a un castellano que no debe decir Londres, sino London? ¿O a un castellano, paseando por la orilla del río Sena, diciéndole a un francés que se dice Toledo y no Tolède? Impertinentes hay en todas partes, en efecto, pero no: son episodios muy raros fuera de nuestras fronteras, y en cambio, frecuentes dentro de nuestro país.

Cartel indicando la entrada a Treviño (Burgos), alterado para que se lea Trebiño (en vasco).
Fuente: El Confidencial

Las justificaciones a esas impertinencias pasan por todo tipo de algarabías: desde legales (que si oficialmente se llama así y no asá) hasta sentimentales (que si hay que promover los topónimos de aquellas lenguas para que no se pierdan). Sin embargo, de seguir así los que se van a perder son los topónimos en castellano, como ya casi ha ocurrido con los casos de Lila, Tolosa y León de Francia. Y por mucho que una ley o real decreto se empeñe en cambiar la denominación de un lugar, en realidad sólo lo hace sobre el papel, pues los gobiernos no tienen capacidad para cambiar idiomas. No es que no deban, es que no pueden; porque como ya hemos dicho, los cambios que se dan en una lengua responden directamente a criterios comunicativos, no políticos.

Los topónimos de nuestra lengua, aunque sean referidos a lugares donde se hable otro idioma, forman parte de nuestra riqueza lingüística. Respetamos profundamente el uso de topónimos ajenos cuando se habla o escribe en su lengua correspondiente, pero no toleramos la imposición de éstos en nuestra lengua en detrimento de nuestros propios topónimos. El empeño en esa imposición lingüística, por parte de gentes de otras regiones de España, evidencia un nacionalismo lleno de odio hacia Castilla.