«La lengua castellana, rica, sonora, expresiva, va decayendo espantosamente porque los noveles escritores, empapados más bien en la literatura extranjera que en la nacional, se empeñan en tomar de ésta frases y aún giros enteros, creyendo sin duda que no tiene el castellano equivalentes que los sustituyan. En buen hora se adopten las modificaciones, o llámense correcciones de la ortografía, mas en verdad que causa pena, y se cae de las manos la obra en que se miran, estúpidamente invadidas nuestra sintaxis y nomenclatura. Aún con las varias supresiones que se han hecho en el diccionario de nuestra lengua, es tan rico, que son poquísimos aquellos a quienes la mayor parte de sus voces, y no de las anticuadas, no aparezcan nuevas. El poco manejo, pues, de este tesoro de nuestro idioma y el menor de nuestros autores, juntamente con la desordenada afición a la literatura extranjera, ha acarreado un abandono del estudio del castellano, y de este abandono el que sea tan poco conocido, y por lo mismo menos apreciado. Es mengua que los extranjeros conozcan más en el día la gala en el decir, y los hermosos periodos y voces de nuestros ingenios del buen tiempo de nuestro idioma, cuyas obras reimprimen, mientras nosotros prohijamos locuciones y palabras verdaderamente inútiles y sin comparación menos expresivas que las que procuramos olvidar, o no queremos aprender.
Provechosa sería para la juventud una simple y corta lectura diaria de una columna del Diccionario de la lengua castellana, con la aplicación de las voces que en cada una se encuentran a un ejemplo puesto por escrito, si no se quiere que sea absolutamente superfluo este depósito de signos vocales…»
Gaceta de Madrid (antecedente del Boletín Oficial del Estado), a 1 de Junio de 1837