El valenciano Joaquín Sorolla es uno de los pintores más merecidamente conocidos de nuestros últimos siglos. No resulta difícil admitir su genialidad, enraizada en los finales del siglo XIX y extendida por el comienzo del siglo XX, que bebe y parte de una técnica impresionista hasta alcanzar un marcado y fuerte estilo propio.
Ascendiendo su formación hasta los artistas del Renacimiento italiano (ahí recuerdo de Carvaggio), los barrocos, especialmente los españoles (claro enlace en su estudio de Velázquez), vinculados estos al realismo pictórico de su época, o los primeros albores del impresionismo en la misma España (ahí La lechera de Goya), hasta los vanguardistas contemporáneos, su obra es profundamente rica en extensión, variedad y contenido. Para nosotros es especialmente valiosa, unida aquí la tradición barroca y realista y sus ideas de defensa de lo social, así como el regeneracionismo de su época, la parte de su producción fijada en torno a lo popular.
Pues Sorolla, como multitud de los intelectuales y artistas de su tiempo, hizo de la materia viva de los pueblos de la Península objeto de su obra. Como Pardo Bazán, Unamuno, Ortega y Gasset, o más tarde los del 27, como Lorca o Miguel Hernández, así Sorolla centró su atención en la rica variedad de costumbres y tradiciones que se dan a lo largo y ancho de nuestro país. Y de esta manera lo muestra la presente exposición, seleccionando aquellas obras con multitud de bailes, de fiestas, danzas y expresiones de la cultura tradicional que tanto fascinaban a Sorolla, quien las supo captar sentidamente.
Nunca está de más el repaso y el imbuirnos en el estudio de nuestros clásicos, de nuestros artistas, intelectuales y literatos más asentados y acogidos, nuestra Historia artística reciente, tanto como la antigua, pues siempre, por mucho que se los estudie, resultarán desconocidos en alguna parte de sus vidas y obras. Por esta razón, es necesario conocer el contexto en el que se desarrollan los autores, tanto su contexto histórico, cultural como vital, para conocer con claridad sus producciones y el lugar que ocupan. En este análisis, cabe hacer unas cuántas matizaciones en la obra pictórica de Sorolla, la que atañe a esa acogida de lo popular.
Tras el acuerdo que mantuvieron en 1911 Joaquín Sorolla y Mr. Huntington (de la Hispanic Society) en París, firmaron un documento donde el artista se comprometía a pintar unos lienzos representativos de algunas de las costumbres de las regiones españolas. Estarían en forma de friso, debían de ser lo suficientemente grandes para cubrir las paredes de la exposición, y las obras serían iluminadas por una luz cenital. Las dimensiones tendrían una aproximación de veinte metros por quince, tratándose de unas dimensiones lineales de unos setenta metros aproximadamente, pudiéndose tratar de lienzos de diferentes longitudes, pero de un alto establecido, tres metros y medio.
En total fueron catorce cuadros tiene la obra, algunos de ellos su temática ya fue elegida y otros surgieron sobre la marcha. Su obra no se extiende sobre toda la geografía española, sino en aquellos lugares donde el artista sentía la inspiración, dejándose llevar por motivos pintorescos. El ámbito de las escenas era al aire libre, del mismo modo que su elaboración, eliminando cualquiera de los efectos de luz artificial que pueden darse en un taller de trabajo y dejando que el sol de España embelleciera lo que en ese cuadro se quería transmitir. Eso si sin obviar el estudio de bocetos y modelos antecedentes a la obra final.
El primer panel es el dedicado a Castilla en 1913, y el último en Ayamonte, 1919. La duración de la obra completa le llevo seis años. El orden de la elaboración de estos años fue el siguiente:
La obra de Sorolla, tan apuntada y fiel en lo concreto, en lo local, tiene ciertos conceptos erróneos en lo global, en los conjuntos regionales aunados que aparecen en ella. En ricos mosaicos de costumbres y sentires, como el afamado Visión de España, en el que se hallan magníficos retratos de todos los lugares de la Península, incluido Portugal, hay cierta clasificación regional con máculas lógicas. Sobretodo, encontramos el gran error de la difusa limitación e identificación de Castilla, que encuentra su brevario popular conjugado con el leonés en ciertas ocasiones.
Esta visión errónea de Castilla no es algo propio de Sorolla, sino algo afincado en su tiempo y su generación intelectual. La naturaleza de ello la hallamos, sobretodo, en ese grupo intelectual del Regeneracionismo y lo que será más tarde la generación del 98, en un contexto histórico donde se aprecia un radical cambio de rumbo en la óptica intelectual por la pérdida de las últimas posesiones de ultramar y se marcan los temas artísticos en la esencia hispánica, sobretodo encarnada por la Corona de Castilla y de León, aquel perdido dominio donde no se ponía el sol. En este marco, con el punto de mira en lo tradicional, lo histórico, lo popular, se acude a las regiones que forman España, e ineludiblemente también a Castilla, pero a ésta de una manera errada. Aquí encontramos el concepto de la Región-Meseta, en el que varios de los intelectuales del 98 encuadran a Castilla y otras regiones como León, en un apartado geográfico que engloba la meseta ibérica y parte de la cordillera cantábrica, anclado sobretodo por autores foráneos a Castilla.
En este concepto encontramos obras tan emblemáticas como Campos de Castilla de Machado, u opiniones de don Miguel de Unamuno que hablan muy confundidamente sobre Aguilar de Campoo diciendo “aquella Castilla leonesa”. De esta manera, no nos es difícil comprender el ver a unos charros salmantinos acompañando a los castellanos en Castilla. La fiesta del pan, donde también se aprecian diversos maragatos. Es un yerro típico de su época, de los límites difusos de Castilla, que fue primero condado, después reino y más tarde Corona con territorios globales, de una generación intelectual tras el espíritu hispánico que veían contenido en lo castellano y universal.
¿Nos ha de quitar esto de amar la obra de Sorolla? No, por supuesto que no, como tampoco la del resto de sus compañeros generacionales. El disfrutar y entender el arte tiene muchas maneras de ser, y el comprender una obra en su totalidad, si se puede, nos lleva necesariamente a su contexto cultural e histórico. Ésta era la visión y concepción que tenía gran parte de los artistas de la época, y calaba también la mentalidad de Sorolla. Quien conoce Castilla y su Historia, sabe que Castilla es una región amplia y abarca de Santander a Sierra Morena, pero no es únicamente meseta ni toda la meseta ibérica está dentro de Castilla. Saber, pues, que la Maragatería o el Campo Charro son tierras leonesas que distan mucho de estar contenidas en Castilla no nos impide disfrutar de la inmensa obra del pintor, que también captó buena parte de nuestra esencia y la de otros pueblos de España.
Daniel Herrán
Asociación Socio-Cultural Castilla
REFERENCIAS:
ANDERSON, Ruth Matilda, ‘Costumes painted by Sorolla in his Provinces of Spain’. Ed. Printed by arder of the trustees the Hispanic Society of America. Nueva York, 1957.
ESPINOSA FERNÁNDEZ, Noemí. ‘La fotografía en los fondos de la Hispanic Society of America: Ruth Matilda Anderson». Universidad de Castilla-La Mancha, 2010.
MUSEO THYSSEN-BORNEMISZA, ‘Sorolla y la Hispanic Society. Una visión de la España de entresiglos». Catálogo de Exposición, 1998-99.
PANTORBA, Bernardino de, ‘La vida y obra de Joaquín Sorolla’. Ed. Extensa (Graficas Monteverde). Segunda edición ampliada, ejemplar 481, España 1970.
SAAVEDRA DÍAZ, Anabel. ‘Sorolla: rito, mito y espectáctulo’. El mito en los paneles de la Hispanic Society of America. Universidad Rey Juan Carlos, 2010.