por Manuel Criado de Val
Castilla la Nueva no está únicamente determinada por su carácter de meseta, sino por el riego fertilizante de la cuenca del Tajo (que permite una cierta riqueza), y por las defensas naturales de la sierra y el río, que dan continuidad y garantía a su vida. Son varias e importantes las diferencias geográficas entre las dos mesetas centrales. La mayor elevación de Castilla la Vieja, aún no siendo grande (200 msnm), es suficiente para cambiar los cultivos y el clima. El olivo y el esparto tienen su frontera a lo largo de la vertiente sur de la Cordillera Central. El haya y el abedul, por el contrario, apenas descienden a la meseta toledana (salvo el norte de Madrid y Guadalajara).
Categoría especial tiene la amplia comarca de la Mancha, que geográfica y estratégicamente depende de Toledo. Corresponde con lo que los romanos llamaron «campo espartario» y los árabes «Al-Manxa» (tierra seca). La despoblación de la Mancha, debida a su constante inseguridad militar, fue muy intensa y apenas se tuvieron en cuenta al repoblarla los asentamientos pre-cristianos. En resumen, la fisonomía regional de Castilla la Nueva viene determinada por la fuerte oposición entre las zonas serranas, ganaderas y cubiertas de monte o pinar, y las muy diversas en economía, forma de vida y paisaje, entre las que descuellan por su fuerte perfil la Alcarria y la Mancha.
Junto a esta oposición serranía/meseta actúa otra, igualmente presente en la caracterización lingüística y literaria: la que enfrenta a la vida rural con la ciudadana y cortesana, representada por la ciudad de Toledo y por su sucesora, Madrid.
Un juicio de la historia toledana, si ha de ser objetivo, no puede alinear a esta región en el frente islámico, sino en el de la Reconquista o independencia antiafricana. Durante más de dos tercios de su periodo musulmán, Toledo combatió persiguiendo los mismos intereses y en las mismas direcciones que Castilla.
Los reinos cristianos se han acostumbrado a ver en la taifa de Toledo un aliado frente a Córdoba. Alfonso VI ha convivido durante varios meses decisivos (Enero a Octubre de 1072) con su amigo, seguramente sincero, Al-Mamun. Al morir Al-Mamun, la crisis política en la capital era inevitable. Sin sucesor directo, ya que su hijo había muerto el mismo año, ha de ser su nieto, Alcádir, casi un niño, quien le herede. La lucha tradicional de toda minoría de edad enfrenta no solo a los políticos, sino a los bandos populares de Toledo. Rápidamente se resquebraja y fragmenta la gran taifa creada por Al-Mamun, y Alfonso VI de Castilla aprovecha la oportunidad para intervenir en la crisis toledana.
La prudencia extremada con que Alfonso VI actuó a lo largo de esta decisiva crisis de la Reconquista es la prueba de que seguía atentamente la evolución interna de la ciudad y que su propósito no era adelantar ligeramente la frontera castellana, sino incorporarse toda la taifa, cuya población, en gran medida, nunca había dejado de participar en la empresa reconquistadora. La oscuridad que parece envolver la toma de Toledo se desvanece en gran parte si, en lugar de una acción militar, se la considera como el desenlace de una revolución política interna bien aprovechada por el Rey castellano.
La diferencia, en apariencia radical, entre la fusión de reinos cristianos y la de uno de ellos (Castilla) con un reino musulmán (Toledo) no pasa de ser superficial. La población mozárabe, es decir, hispano-cristiana, se mantuvo durante la dominación islámica con el suficiente vigor como para evitar la islamización sincera de Toledo. Las seis parroquias cristianas que existían en la ciudad al tiempo de su liberación arrojan mucha luz sobre el supuesto misterio de la conquista alfonsina.
La dominación árabe en la taifa toledana no fue, por tanto, suficiente para la asimilación de Toledo, que fue salvada providencialmente de las grandes invasiones africanas de los siglos XI (almorávides) y XII (almohades). Estas invasiones, de no haberse impuesto Castilla como escudo, sí que hubieran modificado probablemente la estructura de la meseta sur de forma radical.
En 1085, por tanto, será el concepto de «Castilla la Nueva» el que englobará a toda la meseta sur castellana hasta el proceso autonómico de 1981.