En estos días próximos al 23 de abril, fecha en que se conmemora la batalla de Villalar (1521) entre el ejército comunero y las tropas imperiales de Carlos V, conviene situar el marco adecuadamente para evitar llevarnos a engaño en algunas afirmaciones que se escuchan todos los años al respecto.
Fecha esta, la del 23 de abril, de importancia capital para los castellanos, aunque también para los leoneses y otros pueblos vecinos que también vivieron el movimiento, en cada lugar con las especificidades locales correspondientes (luchas nobiliarias entre facciones). Una obra básica para acercarse a la Revolución de las Comunidades de Castilla es la del hispanista francés Joseph Pérez, que en el capítulo correspondiente analiza la extensión territorial del movimiento comunero y sus implicaciones. Lo hace, con buen tino, asociando la existencia de un levantamiento local con la subordinación de los regidores a la Santa Junta que se formó en Ávila. Esto es, distingue por un lado aquellos tumultos provocados exclusivamente por facciones nobiliarias aprovechándose de que Castilla estaba en llamas (pero que no acataron nunca la autoridad de la Santa Junta ni de las Cortes de Tordesillas) de aquellos levantamientos que desde el primer momento se pusieron bajo las órdenes de la Junta comunera o acataron jurídicamente su autoridad.
En este sentido para completar la geografía del movimiento que hace Joseph Pérez, cabe destacar en Castilla los levantamientos de la Tierra de Cuenca, donde la capital se alzó en armas bajo su capitán Diego Manrique, así como Motilla del Palancar, Iniesta y Requena (en esta última el capitán comunero fue Luis de Cárcel), donde prendió con fuerza la Comunidad aunque el bando nobiliario finalmente sofocara la rebelión.
Otra zona de Castilla donde el levantamiento comunero fue efectivo es en La Rioja, prendiendo en las ciudades de Haro, Nájera y Navarrete. El foco riojano sería sofocado por el Duque de Nájera, Antonio Manrique de Lara, a la sazón Virrey de Navarra, que entró a sangre y fuego en Nájera y ajustició a los cabecillas, ejecutando al principal capitán comunero, el bachiller Castillo, cerca del río Najerilla.
Por último hay zonas más desconocidas de Castilla donde también prendió la revolución comunera como Soria (nombrando como capitán al licenciado Rodríguez de Santiago, que sería ejecutado en 1522) y Ciudad Real, que se mantuvo en todo momento fiel a la Santa Junta.
Sin embargo no fue solo Castilla la que se levantó: de capital importancia fue el levantamiento en todo el Reino de León, con Francisco Maldonado a la cabeza, llegándose a controlar las tres capitales leonesas (León, Zamora y Salamanca). También, aunque muy desconocido, fue la sublevación del Reino de Murcia con prácticamente todos sus núcleos importantes: Murcia, Cartagena, Lorca, Caravaca, Yecla y Hellín. Las ciudades y villas murcianas también acataron la autoridad de la Santa Junta, tanto es así que Caravaca envió sus privilegios a Tordesillas para que fueran confirmados por las Cortes comuneras. En Extremadura, por entonces aún muy viva la división entre la Extremadura Castellana y la Extremadura Leonesa, Plasencia se levantó y se puso firmemente del lado de la Comunidad. En la zona leonesa, en cambio, Cáceres se mantuvo en el bando real.
Un caso particular fue Andalucía, o como se llamaba a la región por entonces, Reynos del Andaluzía (Reinos de Jaén, Córdoba y Sevilla). Aunque Úbeda y Baeza se levantaron en armas por la Comunidad, el resto de ciudades con Sevilla a la cabeza formaron la Liga de la Rambla, una asociación de ciudades que se declararon en el bando real y se unieron con el fin de acabar con la revolución. Uno de los textos conservados en el Archivo de Simancas, procedente de una carta de los regidores de Sevilla dirigida a los de Granada, donde se afirma lo siguiente:
“… que no piensen desde Castilla gobernar en el Andaluzía como en pueblos subjetos a ella”
En definitiva cabe decir que el movimiento comunero tuvo un amplio marco geográfico, si bien participaron con más intensidad los territorios de León y Castilla, especialmente con dos focos bien definidos (Tierra de Campos y el eje Madrid-Toledo-Segovia), pero precisamente por ello no se debe confundir este movimiento con la festividad de una Comunidad Autónoma que se ha arrogado ilegítimamente el protagonismo de los acontecimientos.
Villalar y el movimiento comunero deben ser un motivo de orgullo para los castellanos y para los leoneses, pero no son ni pueden ser patrimonio exclusivo de la Comunidad Autónoma de Castilla y León ni pueden ser motivo para cimentar una identidad autonómica impostada, híbrida e irreal que nunca ha existido. Es Villalar un símbolo que representa la lucha de castellanos y leoneses contra el cesarismo de un imberbe extranjero que acabó enterrando los fueros de ambos reinos y las libertades peninsulares, un joven cuya política sentó las bases de la sumisión de Castilla y su ruina económica. Pero el movimiento comunero fue un fenómeno donde participaron en mayor o menor medida (a favor y en contra) ciudades y villas de Castilla, León, Extremadura, Murcia y Andalucía. Conviene tenerlo presente cuando se escuchen los discursos habituales propios de estas fechas.