Textos de ciudad-real.es y Asociación Socio-Cultural Castilla
Ciudad Real es la ciudad que da nombre a la provincia, faro y centro geográfico de sus 20.000 kilómetros. Con 74.798 habitantes (INE 2011), nació por voluntad del Rey Alfonso X el Sabio en 1255, bautizando con el nombre de Villa Real a una aldea conocida como Pozuelo Seco de Don Gil, una vez que desistió de repoblar Alarcos: «Probé de facerlo por todas las guisas e non pude… ça era el logar muy doliente… Por ende tuve por bien que oviesse ahí una grand villa e bona… que fuese cabesça de toda aquella tierra, e mandé la poblaren aquel lugar que dizien el Pozuelo de Don Gil e púsele nombre Real.» De esta manera reza la Carta Puebla que se conserva en el Archivo Municipal. En 1420 fue cuando obtendría el rango de ciudad de la mano de Juan II. Más de 100 torres tuvo, amén de seis torreones y dos portillos. Hoy apenas quedan algunas piedras del Alcázar Real, aunque conserva otros monumentos.
En el documento fundacional de 1255 Alfonso X lo expresa con toda claridad. Por otra parte, resulta lógico que el monarca se determinase por el llamado Fuero de Cuenca, ya que resultaba sin duda el más apropiado para la nueva población, con mayores cotas de autonomía urbana, amén de la labor emprendida por él de una reorganización y unificación del régimen jurídico tomando, en cierto modo, dicho texto como base. Desde el primer momento así lo dispone: «dóles e otórgoles pora siempre jamás e a todos los moradores que fueren en esta Villa Real la sobredicha e en todo su término que ayan el Fuero de Cuenca en todas cosas.»
El territorio sobre el que se asentó la nueva población, comenzó a gozar, al menos desde 1261, de una foralidad que lo diferenciaba aún más del resto de los territorios vecinos, en manos, la mayor parte de ellos, de la Orden de Calatrava.
Extensión territorial de la Comunidad de Villa y Tierra de Ciudad Real
Aunque ya había existido una población anterior, la aldea del Pozo de Don Gil desde al menos el siglo XI y aunque hay restos desde el Paleolítico en el cerro de Alarcos; la Historia de Ciudad Real comienza el 20 de febrero de 1255, cuando Alfonso X otorgó Carta Puebla a la aldea llamada Pozuelo de Don Gil, pasando a llamarla Villa Real. Alfonso X había pasado algunas veces por esa aldea camino de Toledo y donde había parado a descansar en casa de Don Gil con su esposa Doña Violante. Todo ello después de constatarse el fracaso de los varios intentos de repoblación del cerro de Alarcos y su pueblo desde 1178.
Comenzó Alfonso X por concederle a la nueva Villa Real un Alfoz o término municipal, compuesto por las aldeas de Ciruela, Villar del Pozo, Higueruela, Poblete y Albalá. La idea era tener un centro comercial y administrativo de la Corona en medio de los territorios de las pujantes y rebeldes Ordenes Militares.
Para la nueva Villa, mandó que se construyera en torno a ella una muralla en forma de óvalo, de piedra en unos puntos y de tapial en otros, con siete puertas, dando grandes privilegios a sus habitantes. Contó con tres barrios: cristiano, musulmán y judío; La judería de Ciudad Real, situada entre las calles Toledo y Mata, llegó a ser de las más grandes de Castilla.
La organización concejil
El que se tratase de un fuero concejil y no señorial, con la serie de características que distinguían a uno y otro, aparte su conveniencia, podía resultar perjudicial a determinados aspectos de la vida urbana que se pretendían establecer y potenciar. Su pretensión de potenciar al máximo la nueva población resulta evidente.
En primer lugar hay que subrayar las estrechas vinculaciones existentes entre el Fuero de Cuenca y el fenómeno ganadero. Ello no es privativo de este fuero, sino que se produce en todos los fueros de la Extremadura Castellana. Dentro del mundo ganadero gozaban de una gran relevancia, por el servicio de vigilancia que prestaban, los caballeros villanos, unas veces en su calidad de propietarios del ganado, otras como parte del servicio que debían al concejo, o bien en representación de pequeños grupos de propietarios, quienes debían formar aparcerías y contratar los servicios de los caballeros villanos a cambio de un salario. Con otras palabras, la actuación de Alfonso el Sabio iba en la línea de intentar crear una infraestructura legislativa para el posterior desarrollo de la Mesta, bien sea en su voluntad de fomentar la producción de lana para desarrollar así la industria textil castellana, bien para favorecer la trashumancia y poder aumentar los tributos que ingresar en la exhausta Real Hacienda.
Todo concejo castellano de la época se constituía como tal a través de la conjunción de tres elementos básicos: la ciudad propiamente dicha o núcleo de población principal, el territorio que se le asigna y el conjunto de sus habitantes de una y otro. En tanto que órgano de gobierno de la colectividad y, en definitiva, de poder, dicho concejo tenía unos elementos que, aparte su funcionalidad, resultaban también emblemáticos y subrayaban su carácter; tales eran su lugar de reunión y diversos símbolos distintivos de su autoridad. Por lo que se refiere al lugar de reunión del mismo, es muy probable que se produjese una variación a raíz de la fundación de la ciudad. De una desconocida ubicación existente en la antigua demarcación de Pozuelo de Don Gil, se pasó, una vez puestas las bases materiales de la nueva villa, a un local de la plaza, lindero con la alcaicería, que es donde se instaló el nuevo centro administrativo. Allí permaneció probablemente hasta finales del siglo XIV, ya que el incendio sufrido en 1396 en la zona obligó a su traslado. La ruina de dicho emplazamiento, así como el que se pretendiese posiblemente lograr un local más adecuado y acorde con su papel y funciones, agravadas ambas circunstancias por la penuria y agobios económicos endémicos, impidieron su reedificación y motivaron el que se pospusiese la construcción de un inmueble que cumpliese con tales cometidos. Ante esas carencias, las reuniones pasaron a celebrarse, como claramente señalan los documentos, al pie de la torre de la iglesia de San Pedro. El lugar exacto presenta algunas variaciones: durante un primer período parece que se llevaron a cabo en él cementerio de dicha iglesia, al pie de la torre, posiblemente en el espacio que hoy ocupa el atrio de entrada por la calle de General Rey. Se trasladaron todos los efectos municipales a la mencionada iglesia de San Pedro, en la que se instaló también el arca del Concejo, colocada en el lado de la epístola, y en cuyo interior se guardaban los documentos y papeles del archivo, así como el sello concejil. Dicha arca, cerrada con tres llaves, cada una de las cuales tenía un oficial diferente (uno de los alcaldes, uno de los regidores y el procurador síndico), aún permanecía en dicho lugar a comienzos del siglo XVI.
Prácticamente desde sus inicios contó el concejo con su sello, elemento material y simbólico de la autoridad que emanaba de dicha institución. Lo concedió Alfonso X, describiéndolo como redondo, en cuyo interior se encontraba un círculo de torres y en el centro del mismo un asiento real donde aparecía dicho monarca en majestad, tocado con la corona, con una espada levantada en la mano derecha y en la izquierda una bola del mundo. En definitiva, igual que el que hoy mantiene el escudo de la ciudad. Tal vez rodeándolo todo, y quizá con alguna abreviatura, como era corriente, la inscripción: Sigillum Conclii Villae Regalis.
La forma de convocatoria del mencionado Concejo se llevaba a efecto mediante el toque de una determinada campana de las instaladas en la torre de San Pedro, que se destinaba a tal efecto.
El Concejo estaba integrado por un juez, varios alcaldes y una serie de oficiales o agentes que tenían competencias específicas, aunque en varios de sus perfiles imbricadas. Las magistraturas de más alto rango sin duda eran las de juez y alcalde, que tenían competencias judiciales y gubernativas amplias y de variada índole, a las que se añadieron con posterioridad otras. Este Concejo tenía competencias en todos los ámbitos de la administración, dentro del marco que venía indicado por su carta foral. Las figuras de los diferentes oficiales nos aparecen algo complejas, pues el marco de la normativa foral pronto quedó estrecho y a las mismas se fueron añadiendo diferentes competencias que no siempre la documentación registra con la suficiente claridad.
Como magistraturas que tenían competencias semejantes a las del juez estaban los alcaldes, que constituían un tribunal colegiado presidido en ocasiones por aquél, conocedores de la peculiar legislación del municipio. Los alcaldes eran tres, uno por cada colación, elegidos dentro de cada una de ellas. En 1297 ya aparecen los tres simultáneamente. Sus atribuciones eran fundamentalmente judiciales, aunque también se extendían a terrenos administrativos (policía rústica y urbana), económicos (pesos, medidas, precios), incluso militares (organización de la hueste municipal), lo cual hace que en ocasiones se confundan con los jueces. Pagados con cargo a los presupuestos del concejo, su duración en el cargo era anual, procediéndose, como norma general, a su elección el 1 de Octubre (dos días después de la festividad de San Miguel, en la que Castilla renovaba los cargos de todas sus Comunidades). La aparición de la figura del corregidor, cuya primera mención es de 1407, complicó un tanto el tema, puesto que el mismo nombraba a su vez a otros alcaldes.
Los alguaciles eran oficiales judiciales subalternos de carácter ejecutivo, cuya misión consistía fundamentalmente en citar a juicio cuando el juez lo ordenaba, cumplir las órdenes de los magistrados municipales, prender a los delincuentes, tomar prendas, etc.; en resumen, actuar como ejecutores de los fallos y decisiones de los alcaldes y otros magistrados locales. Su número en la ciudad parece que fue de uno sólo.
Ciudad Real también nombraba su almotacén, uno de los oficios concejiles más antiguos. De origen hispanomusulmán estaba encargado de la inspección y fiel contraste de los pesos y medidas y de la vigilancia del mercado, comerciantes y artesanos de la ciudad. Su similitud de competencias con las de los fieles, hace que en ocasiones se les confunda e iguale, aunque parece ser que eran cargos perfectamente distintos, tal como se puede apreciar por lo dicho en el caso de aquéllos. Su presencia en Ciudad Real aparece claramente atestiguada por un documento de 1302 referente a los tejedores, a los que se eximía de utilizar las pesas de los almotacenes, volviéndose a repetir la mención, por idéntico motivo, en 1490.
El origen de los «culipardos»
A los ciudadrealeños se les conoce coloquialmente como «culipardos». El motivo no es otro que el uniforme de la Milicia Concejil (ejército comunal) de Ciudad Real durante la Edad Media, su uniforme era de color pardo, esto es marrón, y los pantalones no existían, si no que se usaban calzas.
La rivalidad enconada de Ciudad Real con las villas de la Orden de Calatrava, hacía que los visitantes de Ciudad Real al pasar por alguna de sus puertas, lo primero que viesen fuera una pareja de la Milicia Concejil de vigilancia que les pedía el impuesto de portazgo por acceder a Ciudad Real y eso les hizo denominarles los culipardos.