por D. Claudio Sánchez-Albornoz Menduiña
Este artículo forma parte de una serie de varios artículos en que la Asociación ha dividido la «Reivindicación histórica de Castilla», conferencia pronunciada el 5 de abril de 1919 por Claudio Sánchez-Albornoz en la Universidad Literaria de Valladolid. Su publicación, que contiene la visión personalísima de D. Claudio sobre el papel de Castilla en la historia de España, no implica la aquiescencia ni el acuerdo total de la Asociación con todas las ideas que su autor expresó entonces, pero sí consideramos que el espíritu de esta «Reivindicación histórica de Castilla» merece ser leído y recibir una reflexión de nuestros lectores.
PRESENTACIÓN
Por primera vez en mi vida abandono mi obscuridad y mi silencio para ponerme en contacto con el público. No hubiese salido de mi apartamiento si no me guiase, como al hidalgo manchego en aquella su primera salida por el antiguo y conocido campo de Montiel, un ideal, que acaso el bizantinismo de nuestros días calificará de locura caballeresca.
Los pensadores de la España contemporánea emprendieron a raíz de la catástrofe del noventa y ocho la revisión crítica de los valores españoles, es decir, de las instituciones, de los ideales, de las personalidades españolas. Pero la emprendieron guiados por un pesimismo desconsolador, y, como el pesimismo no suele ser buen compañero del acierto en el juicio, la crítica de la vida española resultó acerba y cruelísima. No se salvó de la injusticia Castilla: se habló del imperialismo castellano, se la hizo responsable de la decadencia de España; las voces de los pesimistas hallaron eco en Cataluña, y desde esta se nos acusó también de haber desbaratado la hacienda paterna, como si los esplendores y las grandezas de los días de la prosperidad hubiesen sido heredados, cuando fueron ganados por el esfuerzo, la sangre y las riquezas castellanas; y como si Cataluña no hubiese contribuido en algunos momentos a precipitar la decadencia.
Cierto que Castilla tiene sobre su alma dos pecados: de mansedumbre y de insensibilidad; pero ha llegado a nosotros agotada por su largo vivir, después de haber dado al mundo una civilización poderosa, de haber vivificado con su sangre, con su cultura, con su religión y con su lengua los pueblos americanos; y no es de extrañar que se encuentre agotada, como las matronas fecundas, en su luengo parto de naciones.
Los castellanos nos debemos por entero a ella; yo he querido por eso consagrarla mi primera aventura, y heme aquí dispuesto a hablaros de su historia. Vacilé entre elegir un punto concreto de la misma, y desarrollarlo ante vosotros con la erudición y los detalles de que hubiera sido capaz, o abarcar en su conjunto el problema castellano de la historia de España. Lo primero hubiese sido acaso empresa más sencilla, acaso más científica; lo segundo era empresa más ardua, pero quizá más viva. En una conferencia de análisis hubiera podido caer en el trampal de la erudición farragosa e indigesta; en una de síntesis, me amenazan dos peligros: el de la vacuidad y el del subjetivismo. Pero la Historia en nuestros días, sin abandonar los campos de la investigación y de la monografía, vuelve por los fueros de la síntesis, y hasta en Alemania, la cuna de la historia de microscopio, surge en los últimos años de su prosperidad, la figura por tantos extremos digna de recordación de Lamprecht, que funda la nueva y ya poderosa escuela de síntesis histórica. Alentado por tan altos ejemplos y guiado por un ideal reivindicador, me lanzo a hablaros de la historia de Castilla en su conjunto, a trazar a grandes pinceladas la curva histórica de la vida del pueblo castellano. No olvidéis que la Historia, tejida por los hombres y por los hombres estudiada, es una disciplina que no ha logrado emanciparse del peso de la tradición subjetiva, y acaso choquen vuestras ideas con las mías; no olvidéis tampoco lo que os decía al comenzar: que es esta mi primera salida, que no soy orador, que al menos no he actuado nunca como tal; que no tengo en mi paleta la gama de colores que yo desearía para mantener vuestra atención, para cautivar vuestro entendimiento; y aunque procuraré suplir con mi esfuerzo mi flaqueza, siempre he de necesitar, con la comunidad de vuestros sentimientos, con vuestra benevolencia.
INDEPENDENCIA DE CASTILLA
Se presenta a la Historia en estos momentos como el resultado de la actuación de una serie de factores económicos, geográficos, étnicos… en la vida de la humanidad; se pretende que la Historia es como una superestructura social; se trata en cierta manera de socializar la Historia, negando la eficacia de la acción del individuo, de la personalidad en la vida de los pueblos.
Se dirá que el hombre recibe de sus antecesores la herencia social y vive dentro del ambiente social de su época; pero no puede negarse que son precisamente las individualidades superiores, las que influyen en la actuación de esos factores, saben elegir los momentos precisos para las transformaciones sociales, y, en una palabra, dentro de las líneas generales que la economía, la geografía y la raza, trazan al desenvolvimiento histórico de la humanidad, tejen la Historia particular de cada pueblo.
Digo esto, porque hemos de ver en seguida, al hablar de los orígenes de Castilla, la clara intervención de un hombre, de Fernán González. Los pueblos rodean a sus héroes con la aureola de la leyenda, engrandecen sus orígenes con la fábula; Montejo y Coronel en los siglos pasados, Salvá y el Padre Serrano en nuestros días, al recoger esa leyenda y esa fábula, pretenden que la región castellana vivió autónoma desde los comienzos de la reconquista. La Historia va sustituyendo poco a poco a la leyenda; tenía razón el Padre Risco, Castilla vivió hasta el siglo X, como cualquier otro territorio del reino leonés, gobernado, no por un conde hereditario, sino por varios condes nombrados por el rey, amovibles a voluntad del rey, y sometidos plenamente a su soberanía.
Es un hecho innegable, que en una época en que el feudalismo tendía a la disgregación, en Castilla y en Galicia, regiones apartadas del centro del Estado, regiones a donde no llegaba vigorosa la acción del poder real, tenían que surgir necesariamente, y surgieron en efecto, frecuentes rebeliones que tuvieron que domeñar una y otra vez los reyes leoneses. Cierto que Castilla con sus tierras llanas y abiertas, era acaso entonces más rica que León, montañoso y áspero; hasta en la segunda mitad del siglo XII, el anónimo autor del poema de la conquista de Almería, quizá leonés, hablaba como con envidia de la riqueza de Castilla, de los campos siempre fértiles, de los graneros siempre llenos de la tierra castellana.
Es seguro que estas condiciones geográficas y económicas, unidas a cierta potencialidad superior de la raza castellana, facilitaron o prepararon la independencia de Castilla; pero fue la voluntad férrea de Fernán González, hombre de entendimiento y de ambición, la que supo aprovechar aquellas circunstancias, la que supo sacar partido de la flaqueza del reino de León, producida por la incapacidad de los sucesores de Ramiro II y por la debilidad de la monarquía, guerreada sin descanso por las armas del califato cordobés, para alcanzar la independencia de su pueblo.
Se aseguró ésta porque los soberanos de León siguieron siendo incapaces, y porque Almanzor, el genio de la guerra, siguió debelando las fronteras leonesas, haciéndolas retroceder a los primitivos límites de la reconquista.