Si la Montaña es la parte más homogénea y ensimismada de Castilla, la Rioja es la más abierta, crucial y mestiza. Ambas, sin embargo, sacan al espacio histórico castellano de la Meseta; la una para enfrentarlo con el mar desde las cumbres elevadas, la otra para hacerlo seguir por su río materno fuera de los relieves con que la Meseta querría confinarlo en su ascetismo. Pero no nos perdamos. La provincia de Logroño es una invención administrativa que, como en otros casos, separa lo homogéneo y reúne lo dispar. La provincia integra dos regiones naturales indiscutibles, aunque incompletas: la Rioja, o ribera del Ebro, que sigue por Álava y Navarra; y los Cameros serranos, que Logroño comparte con Soria. Esta parte montañosa se completa con la sierra de San Lorenzo, que pertenece a La Demanda, compartida esta vez con la provincia de Burgos.
La parte ribereña se desdobla también con toda claridad en dos comarcas (la Rioja Alta y la Baja), cuya incierta frontera permite considerar una Rioja Media en el espacio que rodea a la capital. La Rioja Baja tiene querencias más aragonesas que navarras, la Alta mayormente vascongadas y la Media con las dos sierras purísimamente castellanas. Entre las dos Riojas hay además diferencias paisajísticas que mantienen y subrayan los matices antropológicos: la Alta, que es fresca, accidentada y rocosa, tiende a edificar en piedra; la Baja, al cabo de una estepa, es llana, caliente y arcillosa y tiende a edificar en ladrillo.
Como apunte histórico la Rioja pasa a manos de Castilla en 1076, cuando Sancho IV el de Peñalén, Rey de Pamplona-Nájera, es asesinado en una conspiración urdida por sus hermanos. Es la ocasión que Alfonso VI (I de Castilla) aprovecha para redondear sus dominios proclamándose Rey de Nájera, incorporándose el señorío de los Cameros, creando el nuevo de Haro a favor de los señores de Vizcaya, dando fuero a Logroño y poniendo en Nájera como virrey efectivo a García Ordóñez. El Cid, despechado con Ordóñez, saquea la Rioja y desbarata Logroño con sus huestes. A pesar de su mala fama, García Ordóñez sería el verdadero y eficaz organizador de la Rioja castellana, donde el idioma había arraigado ya llevado allí por los monjes de Cardeña y de otros monasterios burgaleses. En todo este proceso la Rioja es escenario de innumerables contiendas, pero también es campo de ensayo de aquella obra de culturización románica que los navarros pasaron a Castilla.
Los pasos del Ebro son cómodos en la Rioja después de haberlas pasado moradas (o grises) en las tierras altas de Castilla. Los serpenteos por la Rioja Alta no excluyen una cierta dilatación de vegas. Para explicar el mucho bien que este río de toda Iberia hace en sus últimas tierras castellanas, usaremos la prosa de su cortejador más entusiasta: “Cuando se andan los caminos de la Rioja se hallan paisajes de la más justa proporción, bien distribuidas las aguas en ríos y arroyos, variados los cultivos de la viña, cereales, olivos, frutas y hortalizas”. En definitiva, la Rioja cumple la posible perfección en esta vida, que consiste en que todo ande bastante bien.
Dionisio Ridruejo
Extracto de su obra ‘Castilla la Vieja: Logroño‘ (1973)