por Daniel Deogracias Herrán Monge
Un año más, pudimos disfrutar el domingo 7 de mayo en Madrid de la fiesta de la Maya, en cuyos primeros pasos en pro de su recuperación estuvo implicada la asociación madrileña de música y danza castellanas Arrabel (con su altar en la Casa de Campo en 1985) y cuya restauración definitiva se consigue en 1988 en la ciudad de Madrid por parte la Comisión Organizadora que desde entonces organiza esta fiesta. Y, ciertamente, la celebración de este año satisfizo todas las espectativas que sobre ellas estaban puestas. El barrio de Lavapiés se anegó de colorido y algazara con la música de los grupos y de toda gente que convergió en esta popular fiesta.
La gente se arremolinó en torno a la Plaza de Lavapiés, donde tocarían y bailarían las asociaciones y grupos participantes. Los gaiteros de la Escuela de Dulzaina de Aluche descorrieron el telón y dieron comienzo al evento, interpretando varias jotas y algún pasodoble. Al son de la música, bailarines de todos los conjuntos se engarzaron improvisadamente en el baile.
Estos dieron paso al grupo de Colmenar canta, del pueblo serrano de Colmenar Viejo, con su rondalla y su conjunto de baile. Tras de ellos, cantó la Ronda de Azuqueca, y en el centro de la plaza las filas de danzantes.
Seguidamente, entró a cantar la rondalla del grupo Arrabel con sus bailarines, que interpretaron, entre otras cosas, las jotas barranqueras de Colmenar de Oreja, las seguidillas de San Sebastián y jotilla de a tres de Madrid.
Para despedir los bailes en la plaza, volvieron los gaiteros de Aluche y tocaron el tradicional rondón de Valdemorillo, que bailaron todos los grupos y con el que se fue entremetiendo la gente de a pie en el baile. Al cabo de todo esto, toda la plaza se encontraba bailando la jota de la Niña y otras varias.
Después, los distintos grupos se distribuyeron por las calles Salitre, Argumosa y Doctor Piga, donde esperaban, pulcramente ataviadas y con sus magníficos tronos ya dispuestos, las jóvenes mayas, en cuyo honor toda esta fiesta se erige. Cada grupo iba parando por cada uno de los tronos, donde le echaban el mayo a la mocita y alguna que otra pieza para su entretenimiento. Y eran convenientemente agasajados con un trago de porrón, de agua o algún dulce por el cortejo de la maya. Con todo este espectáculo, las calles se encontraban tan abarrotadas que malamente se podían transitar sino al grito de ‘¡paso a la ronda!’
Tras llenar durante toda la mañana de cantos y tañidos las calles de Lavapiés, la fiesta fue coronada con una entrega de recuerdos y cerámicas conmemorativas a los distintos colectivos que anualmente mantienen esta fiesta y que en general se dedican a la conservación del folclore castellano de Madrid. En el desarrollo de esta entrega, se realizó la ofrenda floral a la Virgen y cada grupo le entonó su mayo, como es tradicional en tantos pueblos de Castilla.
La fiesta concluyó con una magnífica comida comunal que pusieron y disfrutaron todos los grupos participantes en el evento. Finalmente, la sobremesa se aderezó con más música y más bailes, como no podía ser de otro modo y donde no podían estar mejor enmarcados: en el seno comunitario de la vida y el goce cotidianos.
Éste es el ejemplo perfecto de una fiesta que se ha recuperado, antes de que desapareciese en la noche de los tiempos, y a la que se ha dado un vigor envidiable. Es menester agradecer y felicitar a todos los grupos que han velado por su conservación durante todo este tiempo, amén de a la Comisión Organizadora responsable durante casi tres décadas (formada por la Peña Castiza El Madroño, la Asociación Cultural Arrabel, la Asociación de Vecinos La Corrala, la Peña La Simpatía y la Agrupación de Madrileños y Amigos Los Castizos) en colaboración con la Junta Municipal del Distrito Centro de Madrid. Más aún, cuando se ubica en el seno de Madrid, la ciudad de Castilla que, sin duda, más ha visto menoscabada su salud comunitaria y todo su acervo musical, cultural, y de costumbres en general, en los aires ariscos de los últimos tiempos. Como madrileños, es nuestro deber alentar una muestra tan típica de nuestro hacer popular de siempre, además de las más valiosas y raras de toda España, y garantizar su pervivencia. Es para nosotros un gozo y un orgullo seguir pudiendo gritar: ¡Viva la maya!
© Imágenes cortesía de M. Videli, cuya asociación promueve el turismo cultural sobre todo en el ámbito rural, y en especial en la provincia de Madrid.