Una de las claves para la defensa de Castilla es la comprensión de su historia. Contrariamente a lo que pudieran pensar grupos independentistas (si es que realmente los hay), Castilla no puede entenderse sin España. Al respecto son famosas las palabras de José Ortega y Gasset, que en su obra España invertebrada dejó escrito que «Castilla ha hecho a España y Castilla la ha deshecho». Estas fueron contestadas por Claudio Sánchez-Albornoz, quien en su libro España, un enigma histórico afirmó que «Castilla hizo a España y España deshizo a Castilla (y la sigue deshaciendo)», añadiendo que el autor de la cita original -Ortega y Gasset- aceptó tal corrección. Y no son estos los únicos autores que hacen reflexiones en este sentido.
Al nombrar a España, la mayor parte de la sociedad entiende esta como el ente político que nace en 1479, a raíz del matrimonio de los Reyes Católicos unos pocos años antes. Sin embargo, podemos leer muchas referencias a España antes de esa fecha. Unos ejemplos:
¡ved quál ondra creçe al que en buen ora nació
quando sennoras son sus fijas de Navarra & de Aragón!
Oy los rreyes d’ Espanna sos parientes son
Se trata este del Poema de Mio Cid, considerada la primera obra en lengua castellana, escrita alrededor del año 1200. La transcripción al castellano moderno sería la siguiente: ¡ved cuál honra crece al que en buena hora nació, cuando señoras son sus hijas de Navarra y de Aragón!; hoy los reyes de España sus parientes son. Nótese que el término España viene escrito casi igual, sin más que expresando el fonema /ñ/ con una doble ene: «Espanna» en lugar de España. Se habla además de «los reyes de España», expresión que aclararemos más adelante.
Sees nostra Xps est quod per istum modicum monticulum quem conspicis sit Spanie salus et Gotorum gentis exercitus reparatus
Esta otra cita es de la Crónica Rotense, estimada en el año 887; se trata de un texto en un latín muy evolucionado, atribuido al rey Alfonso III. Este rey narraba aquí lo que dijo su antecesor siglo y medio antes, el rey Pelayo, cuando trataron de que se rindiera ante el ejército árabe. Su traducción es la siguiente: Cristo es nuestra esperanza de que por este pequeño monte que ves España sea salvada y el ejército del pueblo godo se restaure. Aquí se hace referencia a España como «Spanie» (declinación incluida).
ROMA HIZO A ESPAÑA
España, Espanna, Spania, Ispania… y así hasta llegar al latín clásico, Hispania. Con este término los antiguos romanos hacían referencia a nuestra península y sus tierras adyacentes, las cuales estaban pobladas por distintas tribus independientes entre sí. Inicialmente no era más que un término geográfico, conociéndose a sus pobladores como hispanos (cualquiera que fuera la tribu de la que proviniesen). Roma conquista militarmente este territorio y en el año 298 hace de él una diócesis, una «Comunidad Autónoma de la época». Durante este tiempo, los hispanos de las distintas partes de la península fueron armonizándose y homogeneizándose con la cultura romana (aunque a distintos ritmos), de modo que para cuando se instituyó este ente político ya no hablamos de romanos e hispanos, sino de hispanorromanos.
El Imperio Romano se desmorona en el año 476, y su vacío de poder lo ocupa el pueblo visigodo. Los visigodos son literalmente «los godos del Oeste» (una escisión de un pueblo mayor), que ya formaban parte del Imperio ocupando territorios al Norte de los Pirineos. Con la caída de este, pasaron a ocupar también la Península Ibérica, donde se terminan centrando debido a que los francos -otro pueblo, este ajeno al Imperio- les arrebatan casi todos sus territorios norpirenaicos en el año 507.
Comienza así un proceso lento, de unos dos siglos de duración, de gestación de un Estado. Los visigodos fijan la capital en un lugar céntrico: Toledo. Persiguen la unidad territorial, guerreando contra otros pueblos que habían ocupado parte de la Península. Consiguen la unidad religiosa en el Catolicismo. Y finalmente se instituye una unidad legislativa entre visigodos e hispanorromanos, hablando ya de hispanogodos. El resultado final es que esta antigua Diócesis Romana se ha convertido en un Reino de «dinastía goda» (el rey se elegía entre los miembros de la nobleza), pero latino en todo lo demás: la continuidad con la Antigua Roma permanece en las leyes, la división territorial, el idioma… Asistimos pues al nacimiento de España como Estado soberano, de forma análoga a la de Francia al otro lado de los Pirineos. Claro está, los estados de aquel entonces eran muy diferentes a los que existen hoy día, comenzando por que la soberanía residía en el rey y no en el pueblo; o como que en aquellos tiempos no se usaban las expresiones «rey de España» o «rey de Francia», sino «rey de los godos» y «rey de los francos» respectivamente. Por esta razón los historiadores suelen llamar «Reino visigodo de Toledo» o «Hispania visigoda» a esta España v1.0.
Por desgracia, dicha España está aún muy débil. Sufre de graves problemas internos que propician una invasión extranjera en el año 711, por parte de la potencia de la época: el Califato Árabe. La invasión comienza en Gibraltar, y avanza de Sur a Norte hasta la «pérdida de España» (expresión usada en las crónicas de la época); esto es, hasta hacer desaparecer el recién nacido Estado.
¿Desaparecer? No. En el Norte el régimen tenía una provincia llamada Asturias, gran contribuidora a esos problemas internos mediante insurrecciones de su población (los astures, todavía más hispanorromanos que hispanogodos). Pero como suele decirse, nada une más que un enemigo común, y la nueva situación propicia la conciliación entre los insurrectos y los defensores del régimen visigodo. Muerto el Rey en batalla contra los árabes, todos ellos se ponen de acuerdo en la elección de un nuevo líder: un noble visigodo que tiene lazos familiares con la población de la zona, llamado Pelayo, y cuyo liderazgo posibilita a partir del año 722 la resistencia ante los árabes y la supervivencia del Estado. Un Estado que sigue teniendo las mismas leyes y monarquía electiva que antes, pero al cual solemos nombrar como «Reino de Asturias» (o sencillamente Asturias), evidenciando el cambio de circunstancias. El nuevo régimen tornará su resistencia en Reconquista: un proceso muy complejo de recuperación del territorio perdido.
.
EL NACIMIENTO DE CASTILLA
Asturias reconquista muy pronto la vieja provincia de Galicia en el Oeste, en contraposición a Cantabria en el Este. Cantabria había sido otra provincia del régimen visigodo, propensa también a insurrecciones contra este, pero que igualmente se unió desde el principio al rey Pelayo. Sin embargo, el establecimiento de la Corte Real en Cangas de Onís primero y Oviedo después, dejó este territorio en un segundo plano y fracturado en diversos condados. Las condiciones de vida fueron aquí especialmente duras debido al frío, el hambre y los ataques enemigos. Ello llevó a un carácter aguerrido entre sus pobladores y a la construcción -donde los ataques eran más frecuentes- de pequeñas fortificaciones, que hoy nombraríamos como torreones o atalayas, pero entonces fueron conocidas como castillos (el sufijo -illo implicaba diminutivo). Se genera así en torno al año 800 el nombre de Castilla, la tierra de los castillos, para referirse al Norte de la actual provincia de Burgos.
Al poco tiempo, más al Este, surgiría un nuevo Estado. De los territorios peninsulares que Francia había adquirido en su lucha particular contra los árabes, en el más occidental de ellos -el Condado de Pamplona-, un noble llamado Íñigo consiguió zafarse del poder franco: surgía de este modo el «Reino de Pamplona». La independencia fue posible gracias a su vinculación con la población del lugar, los vascones; y al origen de su nobleza, procedente del viejo régimen visigodo. Esto último le propició el apoyo de sus parientes: los muladíes Banu Qasi, antaño conocidos como Casio, antigua nobleza visigoda en el valle del río Ebro que con la invasión árabe se sometió y convirtió al Islam para conservar sus privilegios. A pesar de ello el nuevo reino era cristiano, lo que demuestra su carácter hispanogodo (aunque con monarquía hereditaria desde un inicio).
Aunque en esta «familia» de dos miembros, Asturias es sin lugar a dudas el «hermano mayor». El haber nacido antes se nota, y mientras Pamplona está aún abriendo los ojos al mundo, Asturias recupera al invasor cada vez más territorio. Nos encontramos en el año 850, en el que Ordoño I se convierte en el primer rey en acceder al trono sin votación previa, nombrando acto seguido a un familiar de confianza para vigilar su frontera oriental. Se trata del conde Rodrigo, lo que da lugar al Condado de Castilla, con posesiones desde el mar Cantábrico hasta la frontera con los musulmanes. El empuje que se da entonces a la Reconquista es tal que Ordoño I se intitula Rex Hispaniae (Rey de España); y a su hijo, Princeps Hispaniae (Príncipe de España). Príncipe que se convierte en rey gracias a la ayuda que Rodrigo le proporcionó contra quien le disputó el trono, asentando así definitivamente la sucesión hereditaria. El nuevo rey, Alfonso III, continuó la expansión hasta el nada desdeñable río Duero, intitulándose a su vez como Hispaniae Imperator (Emperador de España). Fue este monarca el que escribió las palabras que comentábamos al principio de este artículo sobre la «salvación de España», al narrar los hechos que entronaron a su antecesor Pelayo. Hay quien resta valor a esto, afirmando que tales declaraciones eran una idealización creada por Alfonso III para legitimar su poder; sin embargo, el hecho de que estas tengan intenciones propagandísticas no implica que sean falsas.
Llegamos así al notable año 910, en el que Alfonso III de Asturias se ve obligado a abdicar debido a la sublevación de su hijo primogénito (apoyada por el resto de la familia). En la sucesión se produce una subdivisión del Estado en tres reinos, uno para cada hermano que ayudó en la rebelión, rindiendo los dos hermanos menores vasallaje al mayor. De este modo, la ya diferenciada Galicia se hace reino y Asturias conservará su dignidad regia pero verá reducido su territorio; territorio que servirá para crear el «Reino de León». Será este último el que reciba el primogénito, debido a que ya en el reinado de su padre la ciudad de León se había convertido en la nueva sede de la Corte. Este leonés muere al cabo de un año sin herederos, haciéndose cargo el gallego -Ordoño II- del trono leonés; a la muerte del cual, el asturiano hace lo mismo; y cuando muere este último, surge un conflicto entre primos. Se trata del hijo de Ordoño II y el del hermano que le sucedió, ambos llamados Alfonso; el vencedor resulta ser el primero, que será el que conozcamos como Alfonso IV: rey de León y rey de Galicia (ya que fruto de la pelea Asturias queda integrada en León). Todo esto para explicar simplemente que, al Estado que en su día lideró Pelayo, se le conoce a partir de entonces como León en lugar de Asturias.
EL QUINTO ESTADO
Ya sea con la Corte en Oviedo o en León, los condes castellanos siguen fieles a los Reyes; y con ello, Castilla sigue formando parte de ese Estado. Comparte inicialmente escenario con otros condados de la zona: Lara, Lantarón, Álava… a los que habría que sumar otros debido a la fragmentación de la propia Castilla, en un breve periodo de decadencia. Sin embargo, muy pronto se recompone absorbiendo a todos ellos, lo que ocurrió bajo el conde Fernán González. No podemos pasar sin comentar la importancia de este hombre, que llegó a quebrantar esa fidelidad al trono leonés enfrentándose contra el rey Ramiro II (hermano y sucesor de Alfonso IV) en el año 944, debido a disputas territoriales. Resultó perdedor del enfrentamiento, pero el episodio confirmó el peso que Castilla había ganado dentro del régimen post-visigodo.
Los condes se suceden. Aunque hasta entonces había sido frecuente que el hijo de conde heredara el condado, esto no siempre había sido así. A partir de Fernán González, sin embargo, se establece una sucesión hereditaria que se frena con el asesinato de su bisnieto el mismo día de su boda, en el año 1029. Al carecer de descendencia, el título de conde pasa a través de su hermana -casada con el rey Sancho III de Pamplona- llegando a parar al segundo hijo del matrimonio. Castilla deja pues de servir a los reyes leoneses para hacerlo a los pamploneses; y con esta nueva relación de vasallaje, el condado pierde sus territorios más orientales. La situación imperante facilitó este cambio: el monarca pamplonés tenía en ese momento a su hermana ejerciendo una regencia en León, puesto que el hijastro de esta -el rey Bermudo III de León- era todavía un niño. Una vez integró a Castilla, fue Sancho III el que ejerció el poder en León mientras Bermudo III pasaba su adolescencia en Galicia, razón por la cual encontramos referencias a Sancho III como Hispaniarum Rex (Rey de España).
La situación cambia en el año 1035, en el que Sancho III muere. En León, el ya crecido Bermudo III recupera el poder sin resistencia. En Pamplona, el primogénito legítimo de Sancho III hereda la corona; el segundogénito seguirá siendo conde de Castilla; y su hijo bastardo (de mayor edad que los demás), hereda Aragón. Los tres hermanos seguirán sus propios caminos regios, ya que el que fuera conde de Castilla le disputa el trono a Bermudo III (su cuñado), convirtiéndose en Fernando I: rey de León y de Galicia; mientras que el hijo bastardo resulta ser el primer rey de Aragón. Estamos pues ante la vuelta de Castilla al redil leonés; así como al surgimiento de un tercer país hispanogodo o simplemente hispano, porque las viejas diferencias entre prerromanos, romanos y visigodos quedan ya muy atrás.
La novedad de que por primera vez un conde de Castilla llegue a un trono real se deja sentir a la muerte de este, en el año 1065. Fernando I divide su herencia entre sus hijos varones: al más joven, García, lo hace rey de Galicia; al siguiente mayor, Alfonso, rey de León; y al primogénito, Sancho, rey de Castilla. Sin embargo la situación genera un enfrentamiento entre hermanos, en la que Sancho y Alfonso se alían para desbancar a García; una vez conseguido, Sancho le disputa el poder total a Alfonso; hasta que Alfonso se refugia en Zamora y Sancho resulta asesinado mientras sitiaba la ciudad (suceso que da origen a los hechos referidos en el cantar del Mio Cid). El resultado final es que conoceremos al hermano del medio como Alfonso VI: rey de León, de Galicia, de Castilla… y de Toledo cuando reconquista esta ciudad en el año 1085. El Reino de Toledo fue la prolongación natural del de Castilla al Sur del Sistema Central. Reconquistado y repoblado por castellanos, su constitución como reino aparte respondía fundamentalmente a una cuestión de renombre para el monarca (dejar constancia de que había recuperado la vieja capital visigoda), aunque sirvió también para establecer diferencias administrativas. Por ello, al conjunto de ambos reinos lo conocemos sencillamente como Castilla.
Alfonso VI llega a intitularse, como varios de sus antecesores, Imperator totius Hispaniae (Emperador de toda España); y tras él, su sucesora e hija Urraca I. Pero fue el hijo y sucesor de esta última, Alfonso VII, quien le dio más oficialidad a ese título cuando en el año 1135 fue coronado como tal con el apoyo oficial de la Iglesia Católica, en la catedral de León. Al acto acudieron a rendirle vasallaje el rey de Pamplona y el de Aragón. Por desgracia otro de sus vasallos, el conde de Portugal, le traicionaría en el año 1139 consiguiendo la independencia. Son pues ya cuatro los países hispanos en la península.
Alfonso VII muere en el año 1157 dividiendo nuevamente el territorio: a su primogénito, Sancho, lo hace rey de Castilla (y de Toledo); a su segundo hijo, Fernando, lo hace rey de León (y de Galicia). Sin embargo, esta vez Castilla se consolida como Estado independiente a pesar de las adversidades. El joven rey castellano -Sancho III- muere al año de haber heredado la corona, iniciándose una regencia hasta que su sucesor adquiera la mayoría de edad; una debilidad que le hace perder territorio en virtud de la vecina Pamplona (renombrada como Navarra en 1162); también sufrir una política de intervencionismo a la fuerza por parte de León. Castilla se recompondrá cuando dicho sucesor crezca y sea coronado: se trata de Alfonso VIII, el más característico rey castellano, por ser el creador de nuestro escudo (el castillo de oro sobre fondo rojo) y tomar los últimos territorios que componen la Castilla moderna.
De este modo, mediada ya la Reconquista, son cinco los países herederos del régimen visigodo: León, Navarra, Aragón, Portugal y Castilla; independientes entre sí, pero con un origen, una cultura y una visión común. Durante esta época España es pues una Nación: una nación cultural, dicho en términos actuales. Tiene además fuertes implicaciones políticas, pues como hemos visto, los monarcas de estos cinco estados (los reyes de España, como dice el Poema de Mio Cid) aspiraban a restituir la unidad del pasado usurpando o avasallando a los demás reyes, lo que derivaba también en grandes disputas entre ellos mismos. Una situación análoga a lo que sucedía en la Antigua Grecia con sus polis (Esparta, Atenas, Tebas, Troya…). Y así como aquella Antigua Grecia fue la cuna de la Democracia, esta Medieval España fue la cuna del Parlamentarismo, debido a que en el año 1188 el rey de León invitó a representantes del clero y de la población civil a su toma de decisiones con la Corte, generando así las primeras Cortes (en plural).
.
«CASTILLA HIZO A ESPAÑA […]»
A partir de aquí, sin embargo, esta tendencia divergente se revierte. El rey Fernando III de Castilla -san Fernando- hereda la corona leonesa en 1230 y unifica las Cortes de ambos territorios (que no será definitiva hasta 1351). Se trata pues de una unión en un único Estado al que los historiadores vienen a llamar «Corona de Castilla» (o simplemente Castilla); pero no en un único reino, pues dentro de dicho Estado las delimitaciones iniciales entre los territorios castellanos y los leoneses permanecen intactas. Un Estado que continuará con la labor de Reconquista -en la que los nuevos territorios no serán ni castellanos ni leoneses, sino andaluces- y que se une al de Aragón en 1479 para crear un Estado aún mayor (en esta ocasión cada parte conservará sus propias Cortes). Es este último Estado el que pone fin a la Reconquista en 1492, evidenciando que España entera se restituyó a sí misma, como dijo Antonio de Nebrija.
Hispania tota sibi restituta est
Y es que el hecho no tenía parangón: «la pérdida de España» que narraban las crónicas de ocho siglos antes había sido solventada. Pronto en los escritos se comienza a hablar de la «pérdida y restauración de España» y a referirse a los RR.CC. como Reyes de España, no como unos de tantos (como cita el poema de Mío Cid), sino como los que priman sobre los demás reyes de la península (tal como había sucedido varias veces a lo largo de esos ocho siglos). Justificando esta denominación, encontramos una carta de Pedro Mártir de Anglería a Diego de Sousa (arzobispo de Braga), ante la queja de los monarcas portugueses.
Reyes de España llamamos a Fernando y a Isabel, porque poseen el cuerpo de España. Y no obsta, para que no los llamemos así, el que falten de este cuerpo dos dedillos, como son Navarra y Portugal.
No hubo que esperar mucho tiempo para completar ese cuerpo. Un conflicto religioso y dinástico en Navarra provoca la intervención por parte del rey Fernando V (el católico), en 1512. Y un episodio similar hace que su bisnieto Felipe II haga lo propio con Portugal, en 1580. España entera volvía a estar regida bajo un mismo gobierno, heredero legítimo del que lo había regido casi un milenio atrás. Si bien esta España v2.0 no era un reino unido, sino un Estado Moderno: «un reino de reinos», en el que efectivamente Castilla era la parte de mayor peso demográfico, económico y político, avasallando -en sentido figurado- a las demás.
Por desgracia la unión total duró poco tiempo. En 1640 portugueses descontentos con la casa reinante aprovechan un periodo de conflicto internacional para restaurar la independencia de Portugal. España, como Estado, queda desde ese momento mutilado; un Estado que integrará en 1724 las Cortes aragonesas con las castellanoleonesas, quedando aún navarros y vascongados sin representar (por tener estos sus propias instituciones). Sin embargo, a pesar de la secesión, los portugueses seguirían considerándose españoles hasta la implantación del Liberalismo en la península, en el año 1833.
«[…] Y ESPAÑA DESHIZO A CASTILLA»
El Liberalismo es un movimiento político que aboga por la igualdad de todos los habitantes de un mismo ente soberano (lo que en este artículo hemos estado llamando «estado»), cualquiera que sea su origen dentro de él. Hasta entonces, hablar de origen era hablar de «nación», un término ambiguo que hacía referencia a un conjunto de gente con una cultura suficientemente homogénea. Sin embargo, a raíz de ese pensamiento de igualdad, de todas las naciones posibles que se pueden definir, la única que importa es la que coincide con el estado: solo existe esa nación, y como consecuencia de ello este término, que ya tenía connotaciones culturales (e incluso políticas según el caso), adquiere también connotaciones de soberanía y se convierte en un sinónimo de la palabra «estado». Esta evolución del término se conoce más concretamente a día de hoy como «nación política» (pensamos en ella al hablar de un viaje inter-nacional), mientras que la antigua acepción la llamamos «nación cultural».
Fue este cambio de paradigma el que llevó a los portugueses a dejar de considerarse españoles, al tiempo que al otro lado de la raya nos consideráramos los únicos españoles. En nuestro caso, la mutilada España pasó a ser la única nación para el Liberalismo (nación política). Asimismo se procedió a la abolición de todos los reinos de origen medieval que la componían, origen de diferencias entre ciudadanos, dando lugar a un reino unido con unas únicas Cortes para todos. Los antiguos reinos quedaban transformados en regiones contemporáneas, sin instituciones políticas asociadas (eran meras agrupaciones de provincias), haciendo de España un país centralizado.
Estas Regiones son, no obstante, las precursoras de las actuales Comunidades Autónomas (CC.AA.). Las CC.AA., surgidas paulatinamente entre 1979 y 1983, suponen una reversión de aquel centralismo surgido en el siglo anterior, pero con la paradoja de haber desdibujado a Castilla: perfectamente identificable antes, tan troceada ahora que apenas se distingue. Constatamos así las palabras de Sánchez-Albornoz que citábamos al principio de este artículo. Sin embargo y como ya hemos visto, la Historia está llena de vaivenes, por lo que no nos cabe la menor duda de que nuestro país superará el actual Estado de las Autonomías para llegar a un verdadero Estado «simétrico» entre sus partes: un nuevo régimen, evolución del ya existente, en el que Castilla -bien visible- no puede faltar. El porvenir de España depende de ello.